miércoles, 5 de marzo de 2014

Máscaras después de Carnaval




Tanto llevó la máscara pegada a su rostro,
que el personaje acabó por comerse a la persona,
tanto, que hasta llegó a creerse aquello que no era
y parapetado tras una máscara de genio,
el hombre humilde poco a poco fue muriendo.

Ni siquiera el reflejo del espejo que empeñaba
en reflejar lo que había dentro,
conseguía despegar de aquel rostro el artificio.

Se permitió vanidades orgullosas,
celos locos de aquellos que podían
mostrar su cara sin miedo a los decires
y compartir con el mundo una mirada.

Alimentó su ego con rencores,
reforzando así su mascarada
y tras aquella sonrisa dibujada,
la mueca grotesca de su envidia camuflaba.

Pobre hombre aquel que nada tiene
y que ni siquiera se halla en su búsqueda,
por empeñarse en ser lo que no era,
se olvidó de cultivar a la persona.

Una máscara rasguñada y ya gastada
que deja ver las muecas de su ira,
es la única posesión que lo acompaña.

Pobre bufón de carnavales trasnochados,
que solo en el silencio de su alcoba,
llora soledades en su almohada,
él mismo se ocupó,
de que su mayor posesión fuera una máscara

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